viernes, 4 de noviembre de 2011

Texto de presentación de Gustavo Ferreyra para "Pequeñas intenciones", de Jorge Consiglio

Yo los invitaría en principio a desconfiar de las pequeñas intenciones del autor y de las pequeñas intenciones del protagonista.
Primero pensemos en el autor. Existe toda una tradición para las pequeñas intenciones de los autores. En Argentina, Borges fue una suerte de apologista de las pequeñas intenciones. Odiaba los grandes intentos, los proyectos ambiciosos. Borges enseñó a despreciar el Ulises, la obra de Tolstoi, de Victor Hugo, de los rusos y franceses en general, que eran tan admirados y a los que él veía como dados a la desmesura, a la ambición. Frente a esto postuló las intenciones modestas, sutiles. El escritor sin grandes proyectos literarios, el antiBalzac, el autor que incidentalmente escribe una obra maestra que pocos lectores descubren. Y he aquí un punto: lo incidental. La pequeña obra maestra que acontece sin intención. Incidentalmente, aconteció. No fue preparada. El escritor no dispuso de una pluma de faisán ni de pavo real. En cierta forma, la propuesta de Borges es una tentación porque en realidad ¿quién no quiere alcanzar aquello que se ha menospreciado? Hay algo de esto en el espíritu nacional (aclaro, no existe el espíritu nacional. Aclarado esto continúo). Existe en esto una tentación en la que podemos caer. El escamoteo de las ambiciones y ¡oh!, incidentalmente ha llegado el dinero. Incidentalmente, ha llegado el éxito. No lo hemos querido, no lo hemos ido a buscar pero vino. No hay que ser ambicioso pero hay que alcanzar los logros tal y como si se hubieran tenido esas ambiciones. ¡Esto es casi un orgullo hispánico! Somos anticuados en el fondo. Nos gusta el honor. La gran obra literaria se busca, el dinero también, en cambio, el honor no, porque si lo buscamos se escapa. Para que el honor llegue no hay que asustarlo. Toda la visión borgeana, para mí se basa en el honor, en obtener aquello que se simula despreciar. Algo muy hispano, en el fondo.
Ahora volvamos al asunto que nos interesa. Podemos imaginar a Jorge Consiglio mateando muy de mañana y emprendiendo día a día la escritura de Pequeñas Intenciones. O con un tecito -palabra casi clave en la novela- en las tardes. ¿Qué lo mueve?, me pregunto, a hacer este gran libro. ¿Hubo pequeñas intenciones? ¿Hubo pequeñas intenciones en esa habilísima primera persona que se hace segunda sin dejar de ser primera, o que podría ser siempre una segunda disfrazada de primera? Público, les pregunto ¿hubo pequeñas intenciones?
Vamos a la segunda parte de la cuestión, las pequeñas intenciones del protagonista. Intenciones casi nulas. El protagonista se desliza a través de las pequeñas intenciones por una vida incidental. ¿Qué ha pasado con él? Es un héroe, sin duda, un héroe de motivaciones modestas. Y creo que en la contratapa, cosa que no ocurre siempre, se acierta. Se habla de beatitud. Y sí, es un héroe beatífico. ¿Qué lo ha beatificado? Sospecho que, en el pasado, ha defraudado. Ha defraudado y esto le da una inmensa tranquilidad. Ha defraudado de una vez y para siempre y luego puede ir de tecito en tecito, completamente beatífico.
Incidentalmente, el protagonista causa una muerte. Como Meursault, el protagonista de El extranjero, no tiene verdaderas motivaciones. Como Meursault, como los personajes de Walser, sabe que, se lo tenga claro o no, el Universo marcha como debiera. Ahí reside el punto. El protagonista es un hombre que ha defraudado y por lo tanto se ha salvado de la esperanza, de las protestas. Está por fuera de los juegos de la sociedad. Sumido en esa vida de intenciones minúsculas, bordea la felicidad. Ni siquiera supone su existencia, no sabe si existe la felicidad, no se lo pregunta, pero la bordea. Cuando el hombre de ambiciones la supone y cree que, al fin, va a caer en ella como quien se arroja desde un trampolín, nuestro hombre tiene cierto contacto sensible con la felicidad. Podría llegar a ser un cínico, un cínico antiguo, un Diógenes, solo que eso supondría convicciones que abrazar. Es un cínico après la lettre, cuando la teoría y las palabras que la sustentaban han caído en el olvido. Hay en él algo del orden de lo ancestral. Sucesivas capas geológicas de algo se han acumulado para que lo tengamos como resultado. De tal manera, que cuando decía que ha defraudado, en realidad personalizaba algo probablemente más impersonal. ¿Quién ha defraudado? ¿Sus ancestros familiares? ¿Qué ancestro? O, ¿cuáles ancestros han defraudado? O, incluso, ¿qué ha defraudado?
Algo ha defraudado, (pongan ustedes el nombre) en un Universo que marcha como debiera. He aquí el no grito de estas pequeñas intenciones. Y yo lo pondría a Jorge Consiglio entre aquellos pocos escritores, que, como un filósofo antiguo, abre la puerta a ese vacío. Abrimos el pecho de un héroe y encontramos que la profundidad lo ha devorado. Y tenemos que aquilatar ese vacío, tenemos también que digerirlo. No es fácil para los estómagos acostumbrados a la digestión rápida, porque ese vacío que en principio es nada, es el material más pesado que se pueda imaginar. Pero con este alimento se nutren los lectores para hacerse mejores, más fuertes, de alguna manera invencibles. Los convoco, entonces, a esta bella pócima de nada que ha quedado en el pecho de nuestro héroe. Y a acompañarlo codo a codo, tecito tras tecito, en un mundo que marcha como debiera.

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