martes, 4 de mayo de 2010

Texto presentación de Los refugios

Los refugios (presentación de la colección “Sólo cuentos” de la Edulp)

Me gusta pensar que soy el primer lector de lo que escribo. Ese primer lector que creo ser es el que ha sugerido Los refugios como título para este libro. Yo comparto la idea de que el título de un libro, entre otras cosas posibles, es una marca de lectura que propone el autor. Este título, Los refugios, surgió hacia el final del proceso de escritura de estos cuentos, como un producto anticipado quizá, de una lectura que iba reuniendo, agrupando algunos relatos y desechando otros. Fue el título del libro el que imaginó su unidad e hizo que algunos cuentos ya escritos quedaran afuera, y que otros, más recientes, llegaran a incluirse. El cuento más viejo de este libro tiene siete años, el cuento más nuevo, tres meses.
Mi manera de escribir me hace privilegiar la escritura y no la trama. Nunca pienso en argumentos. Creo que lo que escribo son impresiones, imágenes, situaciones que al generarse ya traen una forma y sobre todo un narrador. Es ese narrador quien después va desplegando lo que sabe, va contando lo que sabe o imagina, lo que ve y siente, lo que percibe, hasta que simplemente no sabe más, y entonces deja de contar.
En ninguno de mis cuentos yo pude saber o tener escrito el final desde el comienzo (sé que la mayoría de los cuentistas, por el contrario, sí lo saben (Borges, por ejemplo, sugería eso: saber el comienzo y el final, e ir hilvanando después el nudo, el conflicto). Por eso supongo que mi manera de escribir cuentos, quizá incluso mi manera de escribir en general, se asemeja más al modelo de la poesía, entendiendo a la escritura poética como la definió Zelarayán hace algunas décadas: “La mayor tensión de lenguaje en un tiempo determinado”. Yo trato de escribir esa tensión, escribo una tensión que, por supuesto, no domino ni tampoco sé impedir o generar; y los cuentos concluyen, si es que el efecto se ha logrado, haciendo cesar la escritura, cuando también se apaga aquella tensión. Creo que por eso sólo escribo comienzos. Largos comienzos, a veces. Comienzos que voy agotando frase tras frase, oración tras oración. Como aquellas impresiones que uno debe contar una y otra vez para poder gastar la emoción, yo necesito escribir el tiempo necesario, las páginas necesarias, para digerir una primera frase (o sólo un nombre, un título) que se me ocurre incandescente.
No puedo decir que escriba sobre o acerca de nada en particular. Quisiera pensar en cambio, que sí hay un mismo tono, un clima recurrente que hasta ahora, sólo para mí, suelo caracterizar de realismo gótico. Lo que escribo tiene elementos realistas, políticos, pero tiene también elementos góticos.
A partir del surgimiento del título hubo dos aforismos que, como si fuesen escoltas, se pusieron de pie, respondiendo a quién sabe qué clase de llamado. Uno es de Pascal, y dice: “el Yo es aborrecible”. El otro es de Sartre, de su obra más conocida, y dice “El infierno son los demás”. Al encuentro, al cruce de Los refugios, salieron entonces estas dos frases, tan lúcidas como recargadas de énfasis. Mi aproximación es casi una obviedad: quizá entre lo aborrecible del Yo y lo infernal de los otros, exista un lugar para guarecerse, para permanecer y salvar la intemperie. Si es así, lo cierto es que estos personajes y narradores saben encontrar sus refugios en las cosas más diversas: en la lluvia, en el recuerdo, en un crimen, en una mujer, en un auto, en un hotel, en un sueño, en el cine, etc..
Por último, también recordé, una vez fijado el título, cuando siendo muy chico, mi padre me llevaba a entrenar al Parque de Lomas (yo jugaba al fútbol entonces). Recuerdo que íbamos después del mediodía por un camino rancio del sur, y que pasábamos frente a un hotel, un chalet de dos plantas, grande, pretencioso y anticuado, y siempre con las persianas bajas. Sólo tiempo después comprendí que era un hotel alojamiento. El lugar se llamaba así: Mi refugio. También por eso, creo, por ser mi padre, un tan genuino como fallido refugio para mí, este libro se lo dediqué a su memoria. A la memoria de mi padre.